Transfiguración de Jesús

 Celebramos  hoy la fiesta de la transfiguración del Señor. Del mismo modo que el episodio de la transfiguración prepara en el evangelio a los apóstoles para  entrar en la comprensión del misterio de la pasión-muerte de Jesús, así también en la iglesia, casi con el mismo propósito, se celebra la fiesta de la transfiguración cuarenta días antes de la correspondiente a la Exaltación de la   Cruz. La fiesta de la transfiguración ya aparece desde del siglo V en el calendario de la liturgia oriental para recordar la subida de Jesús al monte tabor con Pedro, Santiago y Juan, testigos privilegiados de su gloria. El episodio está atestiguado de manera concorde por los Evangelios sinópticos.
En una nube luminosa se apareció el espíritu Santo y se oyó la voz del Padre que decía: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.” 
La luz de la transfiguración viene a hendir hoy, si lo queremos, nuestras tinieblas. Debemos acoger la invitación a retirarnos  a un lugar apartado con Jesús subiendo a un monte elevado, es decir, aceptar la fatiga que supone dar los pasos concretos que nos alejan de un ritmo de vida agitado y nos obligan a prescindir de los fardos inútiles.
Señor Jesús, tú eres Dios de Dios, luz de luz. 
Nosotros lo creemos, pero nuestros ojos son incapaces de reconocer tu belleza 
en las humildes apariencias de que te revistes. 
Purifica, nuestros corazones, porque sólo a los limpios de corazón 
has prometido la visión de Dios. 
(fuente: lectio divina)





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